Cuando una persona se independiza y, sobre todo, a partir del momento en el que constituye un núcleo familiar o adquiere ciertas responsabilidades con terceras personas desde un punto de vista afectivo y toma consciencia de unas obligaciones morales y/o patrimoniales, como por ejemplo la compra de una vivienda, el inicio de un negocio, etc. se plantea en ese momento la cuestión: “¿Qué pasa si, por cualquier circunstancia, yo falto o, temporalmente, no puedo asumir mis responsabilidades patrimoniales?”.
Es en ese momento cuando nos planteamos la contratación de los seguros de previsión convencionales básicos, los de toda la vida: el seguro de vida tradicional, el seguro de accidentes y, principalmente en el caso de los autónomos, el seguro de baja diaria que tiene como objetivo hacer frente a las necesidades del día a día en el caso de una baja por motivo de un accidente o una enfermedad común que en ocasiones puede llegar a ser de más de un año de duración.
Pero como nuestras circunstancias personales evolucionan, lo que en un momento determinado se adapta perfectamente a nuestra situación en una fase concreta de nuestra vida, con el paso del tiempo se puede quedar obsoleto: nuestros hijos acaban sus estudios y se emancipan (o no, en el peor de los casos), acabamos de pagar la hipoteca (o no, en el peor de los casos), etc. Y entonces nos planteamos la necesidad de seguir manteniendo unas pólizas que se han ido encareciendo con el paso del tiempo (como pasa siempre en el caso de las pólizas de vida anual renovables) o no son tan necesarias como en el momento concreto en el que se contrataron (seguro de orfandad, cuando los hijos finalizan sus estudios, o seguro de accidentes, en el caso de personas con actividades profesionales de riesgo).
¿Qué es lo que nos preocupa en ese momento en el que nos hemos liberado de estas responsabilidades y riesgos y, además, vemos que las primas que estamos pagando por las coberturas que se nos ofrecen se van encareciendo cada año?
Nos preocupa (o debería preocuparnos) que los seguros que tenemos contratados se adapten a nuestras necesidades reales en esos momentos a un precio lo más competitivo posible: no tiene sentido que sigamos pagando unas primas excesivas por unas coberturas inadecuadas.
A partir de una determinada edad (60 años, año arriba, año abajo) cuando vemos el futuro de nuestros hijos más o menos encauzado (o consideramos que debería estarlo y hemos hecho lo que consideramos necesario para ello) empezamos a considerar que es posible que quien tenga que tener sus necesidades asistenciales cubiertas en un futuro próximo seamos nosotros mismos mediante un seguro de Dependencia o un seguro de accidentes que cubra eventuales fracturas de huesos hasta edades muy avanzadas. Seguros que hasta hace unos años era impensable que se pudieran contratar a partir de los 65 años y que hoy en día prevén estas contingencias y son contratables hasta edades muy avanzadas.
Esto ha hecho que las compañías de seguros que han ido ampliando y adaptando su oferta de productos a las necesidades y los requerimientos del mercado hayan experimentado un incremento del volumen de las primas en estos ramos y una transformación y una transformación de sus carteras de acuerdo con la evolución de las circunstancias personales y sociales de los asegurados.
Ello se debe también a que en la actualidad, la esperanza de vida de las personas sea mucho más alta que hace tan sólo unas décadas y el fenómeno de la dependencia se haya tenido que considerar seriamente (por desgracia, más desde el punto de vista de los particulares que del de la administración, como suele ser habitual que, hasta el momento, trata el tema de forma epidérmica, como en el caso tan de moda de las pensiones, donde nunca ha adoptado las medidas necesarias para fomentar entre sus administrados un sistema de previsión privado que tan necesario sería para todas la partes implicadas).
Este hecho y la realidad de que muchas compañías no ofrecen a día de hoy soluciones de aseguramiento a partir de los 65 años, edad a la que una persona hoy en día no puede ser considerado, ni mucho menos, un anciano, hace que las compañías que han sabido dar una respuesta adecuada a estos problemas estén recibiendo una justa recompensa en forma de incremento de número de pólizas de sus carteras ya que son muchos los asegurados que optan, asesorados por sus mediadores, por reducir los capitales de sus seguros de vida y contratar, por unas cantidades que suelen ser sensiblemente inferiores al importe de las primas que dejan de pagar, un seguro de dependencia que mantiene una prima muy ajustada hasta unos tramos de edad muy avanzados.
De esta manera, se produce la doble satisfacción del asegurado que ve sus necesidades mejor cubiertas a un menor coste y la compañía que consigue fidelizar al cliente por un período de tiempo mucho más amplio ya que la edad de finalización de la póliza de dependencia se prolonga en muchos casos hasta el fallecimiento del asegurado.
Artículo escrito por Francisco Puig. Director de Territorial Cataluña de Surne.
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